jueves, 16 de abril de 2015

Majos, goyescas, chulapos y modistillas.

Durante el Absolutismo en España, el clero, la nobleza y la banca gozaban de gran poder político y económico. La revolución francesa coincide con los reinados de Carlos V (1788-1808), José I (1808-1813) y Fernando VII (1813-1833), siendo en nuestro país un periodo de retroceso político y censura de los ideales que fluyen en Francia.

Tras la invasión napoleónica, las clases ilustradas, denominadas también como afrancesados, verán con buenos ojos a José I (Jose Bonaparte) ya que quieren sacar a España de las tinieblas, mientras que la Corte busca mantener el orden y por miedo a la revolución. El pueblo, dominado y amedrentado por la iglesia y los caciques locales que tienen miedo a perder su posición, no acepta al nuevo monarca, requiriendo la vuelta de Fernando VII, El deseado, y llamando a José I, entre otras lindezas, Pepe Botella. Tras la Guerra, con el retorno del rey en 1814 y la derogación de la Constitución de las Cortes de Cádiz, supondrá la pérdida (nominal, porque de facto nunca existieron) de derechos como la libertad de prensa, la igualdad tributaria de todos los ciudadanos o la abolición de la esclavitud y la tortura (Inquisición), empezando la represión tras su llegada a Madrid. Esta convulsa situación tendrá su reflejo en la indumentaria.

Desde mediados del siglo XVIII, lo castizo y lo internacional (liderado por la moda francesa) coexistían y se retroalimentaban. 

En la Francia del siglo XVIII, el traje cortesano se empleaba también de manera ideológica, como símbolo del nuevo pensamiento y quienes no lo vestían eran sospechosos de simpatizar con el Antiguo Régimen. Era una indumentaria que buscaba la sencillez y se intentaba vincular a la Democracia griega y a República romana. Las pelucas desaparecen, el pelo se llevaba corto o recogido. Se produjo un cambio radical en la indumentaria de la mujer: se denominaba vestido camisa, de talle alto y corte bajo el pecho que se conocerá más adelante como corte imperio, el vestido caía de manera vertical, emulando a la estatuaria clásica; se confeccionaba en muselina de seda o algodón de color blanco, telas finas y vaporosas, como oposición a los artilugios de antaño. Una de las prendas masculinas principales era la casaca que acortaba su longitud, se ceñía al cuerpo y su cuello se alzaba; el calzón se sustituyó por un pantalón muy ceñido metido en unas botas altas. Sobre los tocados, el bicornio cohabitó con el tricornio (en Inglaterra se inicia el uso del sombrero de copa). A quienes seguían la moda francesa en España se les denominará petimetres y petimetras, derivado del francés petit maître, señorito.

Aunque los majos en España surgen en Madrid, fueron apareciendo poco a poco en otras ciudades. Reivindicaban lo castizo, residían en zonas del extrarradio, entornos de Lavapies y del barrio Maravillas, que se diferenciaban socialmente de otros barrios que estaban más influenciados por las modas internacionales. Se les denominó también como goyescos o manolos y su manera de vestir se hizo tan popular que pasó a imitarse por las clases sociales superiores aunque con telas mucho más lujosas. Se trata de una reivindicación elegante y lúdica contra el dominio francés.

Aunque los majos y las majas eran personas modestas, sus ropas estaban repletas de abalorios y pasamanería, sobre telas de colores vivos.

La maja usaba un jubón escotado, ceñido al busto y de manga estrecha, una falda denominada basquiña, un pañuelo al cuello que servía para tapar el escote y una cofia para recoger el pelo y una mantilla para taparlo. Con el tiempo se añadirán flecos en las faldas a modo de volantes y en las cofias madroños o borlas como elementos decorativos. Mientras el majo se cubre la cabeza con una cofia y una montera o un tricornio y viste un chaleco, camisa, calzones una faja de colores y un pañuelo al cuello, todo ello tapado por una chaqueta ceñida denominada jaqueta o torera con cuello alto y las solapas vueltas. A finales del siglo XVIII los hombres usaban como prenda habitual de abrigo la capa y un chambergo, gracias a una Real Orden y bandos publicados el 10 de Marzo de 1766 será prohibida tanto la capa como el sombrero de ala ancha, debido a que el embozo permitía el anonimato y se podía esconder armas bajo la capa contribuyendo a las actividades delictivas; de esta manera, se fijó un largo determinado para la capa y el sombrero se pliega, convirtiéndose en uno de tres picos. Se llevó a tal extremo que los alguaciles vigilaban que se cumpliera el edicto y unos sastres eran los encargados de cortar a la medida determinada las prendas que contravinieran. Tras el Motín de Esquilache, que conllevó una movilización masiva del pueblo, se derogó la prohibición. Más adelante se hizo que oficios despreciados por el pueblo, como el verdugo, hicieran ostentación de la capa, consiguiendo el repudio de la gente hacia la prenda.

Como inciso, comentar la relación de la ropa de los manolos con la del torero: se debe a que cuando se fija el arte del toreo, a finales del siglo XVIII, no existía un traje específico y los toreros salían a la plaza con su ropa, es decir, vestidos de majos.  Por otro lado, los trajes de chulapos eran atuendos de verbena de finales del XIX, como los retratarían en las zarzuelas: los hombres llevaban chaquetilla o chaleco con clavel en la solapa, pantalones oscuros y ajustados, botines, gorra negra a cuadros y un pañuelo blanco al cuello. Mientras que las modistillas un pañuelo en la cabeza con clavel rojo (si estaban casadas) o blanco (si estaban solteras), blusa blanca y ajustada con falda de lunares o un vestido de lunares hasta los pies y mantón de lana en invierno y el de seda para fiestas y verano (en principio se traían para hacer casullas y ropajes para el clero, después se empezaron a flecar en Sevilla para vestir damas). El chotis dice: Con una falda de percal planchá /Y unos zapatos bajos de charol /En el mantón de flecos arrebujá /Por esas calles va la gracia'e dios/ Con el pañuelo colocao así /Y muy ceñido y justo el pantalón /El chulapón pasea por Madrí /Luciendo todo lo que dios le dio (...)

Es habitual en Goya pintar a nobles vestidos de majos, goyescos o manolos. Retratados de manera profusa, podemos apreciar las diversiones populares como las novilladas o en la pradera de San Isidro, donde después de la misa, los madrileños se acomodan en la pradera para pasar el día, donde se come, se bebe y se baila. Al fondo se ven carruajes de aquellos que ya no pertenecen a la gente de a pie y arquitecturas bastante representativas de Madrid como el Palacio Real y la basílica de San Francisco el grande. 

Con esta adopción se percibe la connotación política de la indumentaria en nuestro país como un intento de responder a la invasión napoleónica con la exaltación de lo autóctono. Demostrando que no aceptan al invasor, los majos y majas no aceptan las modas provenientes del extranjero, mientras los nobles quieren volver a ser lo que eran antes, porque si tienen que ser vasallos al menos que sea de un monarca español.

Morán del Río, Mireia (2014): "Majos, goyescas, chulapos y modistillas", Revista 'Estudios y Cultura' nº 62, Junio 2014, publicada por Fundación 1º de Mayo, p. 46-47.



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